¿Por qué, durante la modernidad tardía, emerge la sensación de inseguridad?
Para poder responder a este interrogante, vamos a describir qué entendemos por modernidad tardía. Castel (2004) considera que la sociedad que ingresa al siglo XXI no es menos moderna que la que ingresó al siglo XX; a lo sumo, se puede decir que es moderna de manera diferente. Es aquí donde emerge, entonces, la sensación de inseguridad.
En un primer lugar, se puede visibilizar una transformación de este indicio, que sitúa la inseguridad como consecuencia de la pobreza y de la desigualdad. Hay que ver cómo se construye el problema de la inseguridad en los años noventa en los medios de comunicación masiva; seguidamente, cómo se consolida el neoliberalismo desde el enfoque político, lo cual logra estructurar nuevas formas de pensar y actuar, y concretas relaciones altamente desiguales.
Así conceptualizado el fenómeno de la inseguridad y en la medida en que se reconocen las condiciones específicas de intervención de un Estado reducido, parece que resulta algo imposible hablar de neoliberalismo, sin hacer referencia a las fronteras geográficas entre un Estado-nación. La perseverancia y esparcimiento de este sistema económico en el contexto Estado-nación es, quizás, más evidente en los países con una economía incrustada en este modelo económico, de una manera rápida y exhaustiva.
Es decir, este sistema de la economía trata de ser justificado por los funcionarios públicos como un mandato del destino, ya sea categóricamente (como algo inevitable de fuerzas invisibles o heredadas, conocidas también como las fuerzas del cielo), o como el único camino posible para lograr el bienestar individual y nacional sustentado en un argumento de competencia de mercado internacional (cualquier similitud con la realidad actual de nuestro país, es pura coincidencia). Asimismo, se visibiliza, entonces, ese peligro de la inseguridad como consecuencia de las diferencias sociales que acarrea esta economía dentro de la sociedad, sobre todo, en los sectores más vulnerables. Tal como señala Jock Young, (2012) “[…] los mecanismos de exclusión social intentan manejar el vértigo de la modernidad tardía: con el miedo a caer y el estigma de ser arrojado”.
Simultáneamente, las sociedades actuales, abastecidas con todos tipos de auxilios y resguardos, son aquellas donde el sentimiento de la inseguridad no solo es un caudal normal, sino que atraviesa todos los esquemas sociales. Esta incongruencia es lo que lleva al autor Robert Castel a pensar si la inseguridad moderna no estaría dada por la ausencia de auxilios, sino, todo lo contrario, por una obsesión por la seguridad en un mundo social intercomunicado entre sí. Esa proporcionada búsqueda furiosa en sí es la que generaría el constante sentimiento de inseguridad. En este sentido, parece ser que no toda sensación sobre la inseguridad implica un riesgo real, sino más bien la separación entre una expectativa desmedida y los medios que obtienen los ciudadanos para poder hacer uso de esa protección.
Apelando a lo expresado en el párrafo anterior y haciendo hincapié en el surgimiento de la sensación de inseguridad durante la conocida modernidad tardía, podríamos deducir que, en Argentina, se observa un panorama clarificador de abandono por parte del Estado, en manos de privados, de derechos esenciales de la ciudadanía en general. Tal como afirma Victoria Rangugni (2009), “el neoliberalismo instala en nuestro país en los noventa un orden social que, por otra parte, se enuncia único: la desigualdad y la fragmentación social se presentan inevitables, ‘naturales’. La inseguridad emerge en este contexto como un hecho ‘incontrastable’, desacreditada absolutamente como espacio de acción colectiva, cuestionamiento y transformación”.
Desde esta perspectiva se presenta una evidencia de un largo camino recorrido a lo largo de la historia de grupos sociales, a fin de buscar diferentes dispositivos para enfrentar la debilidad y dominar el miedo. Desde los referentes populares emergentes como defensores hasta la constitución de un Estado, la tradición de la humanidad constantemente busca equilibrar las consecuencias de esas fuerzas amenazantes de la permanencia, la inmovilidad y la seguridad de vida. Desde este abordaje, el flagelo de la inseguridad irrumpe en la fragilidad social, amenazada por la pobreza, el atraso, la ignorancia. “En el plano moral, ese mismo cuerpo social que se percibe amenazado por la corrupción, por la pérdida de los sentidos, por el trastocamiento de valores y por una violencia incontenible y amorfa se responde mediante la expansión de los dispositivos de vigilancia, donde el Estado pierde su centralidad en el ejercicio de la violencia legítima” (Reguillo 2000). Una vez más, el fenómeno sensación de inseguridad toma fuerza, buscando implementarse en la denominada modernidad tardía.
Hablemos, entonces, de la relación mediada entre política y miedo al delito
En los últimos años en nuestro país, se pudo ver cómo los medios masivos de comunicación han hecho que el temor del delito sea un tema primordial en la agenda política. Desde esta mirada, existen numerosos estudios que vinculan el miedo al delito con diferentes factores personales. Desde algunos miramientos contundentes, algunos autores sostienen que el miedo al delito es mayor entre mujeres. Otra gran parte investigativa encontró relación entre la edad y el miedo al delito. Sin embargo, otros escritores menos genéricos sostienen que no se encuentran resultados claros en relación con género y con edad. De igual manera, Kessler (2009) nos advierte sobre estas paradojas argumentando que la definición de inseguridad como problema público no solo franquea la expresión del temor entre los adultos, sino también en los jóvenes en general. Pese a ello, considerando los relatos de cada sexo desde el principio hasta el fin, el autor sostiene que se ve más temprano en las mujeres y un poco más tarde en los hombres. Ambos presentan sentimientos similares, como una eventual toma de distancia y cambios de la emoción sugeridas por distintos aspectos del delito (Kessler, 2009). Al mismo tiempo, la constante aparición del fenómeno, el miedo al delito en la política, así como la insistencia más violenta de este fenómeno, parece favorecer la consolidación de esta materia en la agenda pública, lo que crea una formación de consciencia social y personal de la ciudadanía en general en lo que refiere a lo delictual.
Por otro lado, la constante transmisión de una realidad delictiva distorsionada influye en la preocupación del ciudadano de forma tanto individual como colectiva. Consecuentemente, presenta un papel de relevancia en la política, ya que actúa como factor de presión sobre los agentes políticos, los cuales se ven obligados a reaccionar de forma inmediata y tajante con una ley penal. Así, estos actores demuestran su capacidad de actuación, su celeridad a la hora de enfrentar este problema, las cuales poseen un alto valor electoral. Por este motivo las instituciones políticas se posicionan antes esta comunicación distorsionada del fenómeno delictivo, para crear una imagen que evite discusiones sobre este flagelo, el cual parece ser de difícil solución. Míguez e Isla (2010) sugieren en este caso que “[…] las acciones de las agencias del Estado son decisivas en cuanto a establecer un clima moral y regulaciones a las interacciones cotidianas entre los miembros de la sociedad que permiten, a la vez, mejores relaciones de sociabilidad y cooperación e incrementan los niveles de seguridad ciudadana, restringiendo el temor al delito” (Míguez e Islas 2010:160). Cabe preguntarnos, entonces, si, en momentos en que la instalación en la agenda pública del problema de la inseguridad en la Argentina parece constituir una de las únicas vías para obtener una pronta atención política, la cuestión de la inseguridad no se convierte en una narrativa cultural que anuda o permite canalizar malestares de características más difusas (Varela 2005:83).
Lisa y llanamente, en la década de los ochenta, en consonancia con el surgimiento del neoliberalismo, emergió un nuevo paradigma en torno a las políticas de seguridad basado en la prevención del delito, más allá de la pena en nuestro país. En este sentido, desde el Estado se pueden visibilizar políticas orientadas a gestionar este flagelo, que afecta a los vecinos en general. En definitiva, este acuerdo, construido en torno a la imperiosa necesidad de hacer algo frente a la inseguridad más allá de las diferencias políticas, devela no tanto la importancia del problema, sino también la capacidad de la avanzada neoliberal para instalar un consenso en torno al descrédito de lo político como espacio de transformación del orden social (Rangugni: 2009).
Conclusión
Lo relevante es que en la modernidad tardía existe una configuración cultural, política y económica que propicia una distopía (representación ficticia de una sociedad futura de características negativas causantes de la alienación humana). Porque la identidad entre modernidad y utopía (sistemas ideales que parecen de muy difícil realización) genera una de las terribles falencias de esta. Se busca instalar una sociedad moderna, pero solo en lo discursivo y en lo narrativo, En fin, no existe ninguna ruptura con respecto a la primera modernidad, sino una continuación. El cambio de perspectiva es político; se renuncia a que sea la sociedad en su conjunto la que intente un cambio social, y se privilegia la autoafirmación de los individuos. Todo esto se magnifica debido al fogoneo por parte de los medios masivos de comunicación, que intentan vender sus productos. Y la inseguridad es una herramienta que ayuda a posicionar sus crónicas policiales, y sus editoriales. A los medios de comunicación no hay que temerles; la magia reside en que podamos convivir todos en sociedad.
Bibliografía
- Isla, Alejandro y Míguez, Daniel (2010). Entre la inseguridad y el temor: instantáneas de la sociedad actual, Buenos Aires, Paidós, 2010, cap. 2.
- Reguillo, Rosana. (2000). “Los laberintos del miedo. Un recorrido para fin de siglo” en Revista de Estudios Sociales, enero, n.o 5, Universidad de los Andes, Bogotá, Colombia.
- Varela, Cecilia (2008). “Adultas mayores, espacio público y violencia moral: representaciones sociales de la crisis de la ‘seguridad’ en la Argentina desde una perspectiva de género”, en Revista Mora, n.o 14, Buenos Aires.
- Castel, Robert (2004). La inseguridad social. ¿Qué es estar protegido?, Manantial, Buenos Aires, introducción y capítulo 4.
- Rangugni, Victoria (2009). “Emergencia, modos de problematización y gobierno de la inseguridad en la Argentina neoliberal. Delito y sociedad”, en Revista de Ciencias Sociales, n.º 27, 23-43.
- Young, Jock (2012). El vértigo de la modernidad tardía, Didot, Buenos Aires, cap. 1.
- Kessler, G. (2009). El sentimiento de seguridad, Siglo XXI, cap. 4.