La intención central del presente trabajo es poder comentar algunos aspectos de la interacción celador- interno que sucede en el contexto de encierro. Relación que como propuesta de trabajo evidencia la intención de incursionar desde el punto de vista etiológico la relación entre estos dos sujetos que resultan ser los protagonistas del devenir penitenciario. Considerando que mi labor aborda las relaciones que se dan en el ambiente penitenciario, se me hace necesario introducir brevemente como comprender la prisión como institución. El filósofo francés Michel Foucault ha escrito en su libro “Vigilar y Castigar” (2002) que la prisión es una institución completa y austera, que guarda similitud con cuarteles, escuelas, talleres, fabricas. Es una empresa prisión por excelencia, en donde los programas de tratamientos para con los detenidos se centra en el aislamiento, en donde se los insta a trabajar como elemento de transformación, para que sean individuos mecanizados y que trabajen según las nuevas normas imperantes del Estado, además de visibilizar la detención por parte del Estado, que antes no existía. “Es la forma general de un equipo para volver a los individuos dóciles y útiles, por un trabajo preciso sobre su cuerpo, ha diseñado la institución-prisión antes que la ley la definiera como la pena por excelencia.”(Foucault, 2002, p.211).
En síntesis intentare de forma muy breve reseñar como objetivo general, analizar a la luz de los conceptos de Michel Foucault, Beatriz Kalinsky entre otros, como se da esa interacción celador- interno en la cotidianidad de la prisión.
En definitiva esta labor no es más que una invitación a describir esos factores que pueden llegar a influir o no, en la interacción de estos dos sujetos en el contexto del encierro.
Planteo del tema
Las investigaciones en torno a las problemáticas referidas al encierro penitenciario parecieran ser que no abundan en la literatura de las ciencias sociales. Es por ello que quiero en el presente trabajo hacer mención a investigaciones realizadas en los últimos años en Argentina, con el propósito de dar cuenta de los trabajos que abordaron los estudios de la prisión, enfocándose en el personal penitenciario y en los internos, interacción que me encuentro trabajando desde hace un tiempo. Tomando en primer lugar, a la autora Beatriz Kalinsky (1998), quien se ocupó del concepto “agente penitenciario”, manifestando que el universo carcelario se centraliza a la visión de muchos pensadores, por la relación que existe, entre el agente penitenciario y los internos dentro de un penal, una temática muy poca desarrollada actualmente . Es a partir de esta relación de dónde puede emanar el riesgo y/o peligro que define el ámbito del “trabajador penitenciario”; surge como producto de un campo de confrontación entre unos y otros. Cada uno de los integrantes del espacio carcelario, agentes penitenciarios y población penal, se consideran oponentes entre sí. Si bien la tarea de los primeros es la de mantener una estructura preestablecida de las unidades penitenciarias, muchas veces se considera que simplemente es la de cuidar a los internos, los conocidos llavines, que solo están para abrir y cerrar candados. Esta última expresión no es del todo feliz, en tanto da la impresión de que el agente penitenciario cumple una función de pacificar un lugar en donde el otro protagonista pareciera ser su rival.
Continuando en esta línea, se puede admitir, que con convivencias continuadas, ordenadas y cambiantes, el agente penitenciario debe preparar una estrategia para sostener con cada uno de ellos una relación amable, austera cotidianamente. Es así que por otro lado, no se pueden usar modelos estándares, como queriendo replicar programas de interacción agente penitenciario- internos que se pueden llegar a aplicar en otros penales nuestro país, porque cada circunstancia reviste diferentes perfiles, como ser; el tipo de delito, la duración de la pena, la personalidad del interno, sus posibilidades de aceptar y acomodarse a la situación del encierro, los apoyos externos que puedan sostener una relación con el mundo exterior sobre todo con la familia, entre otros factores. Pero de todo lo dicho hasta aquí también se podría llegar a dar en esta particular relación una mimesis muy interesante: “el binomio interno-celador o celador-interno”. Dependerá de las estrategias válidas que despliegue el personal penitenciario, del alcance de las mismas, para que éstas operen cambios positivos en la conducta de los internos.
Ahora bien, partiendo que actualmente la base de las modernas ideas sobre tratamiento penitenciario se encuentran enfocadas en la transformación del concepto de “celador”, en el de “operador”, más precisamente en la de “operador de tratamiento”. Quien opera interviene o intenta intervenir eficazmente en una situación dada. A este operador se lo prepara, capacita, con la finalidad de que cuente con las herramientas idóneas para poder interactuar con las personas privadas de su libertad. El mismo debe ser modelo a seguir, en cuanto a actitud, aptitud, conocimientos, principios éticos, probidad.
Así planteada la situación, el operador deberá establecer una comunicación eficaz y eficiente con el interno, y de esta manera transformarse en emisor y en receptor. De igual forma esta situación debe darse en el interno. Establecido el correcto canal de comunicación, éste facilitará la aprehensión de vivencias, conocimientos, información, pautas de conductas, pautas sociales.
Con este nuevo enfoque metodológico socializador se destierran arcaicos conceptos que relacionaban la figura del celador con la del verdugo, del represor, del abre puertas, del llavín, del “candado”.
Y si a todo esto le sumamos el planteo de Natalia Ojeda (2012) respecto de la afectividad, quien a lo largo de sus artículos ha intentado demostrar, en un primer lugar, las relaciones afectivas de las mujeres detenidas que transitan por la prisión como una manera de sostener esa estadía carcelaria, sorteando así y desafiando los límites y restricciones que indica el cumplimiento de la pena en el encierro. El amor, las alianzas y la solidaridad parecen ser el sostén para convertir ese espacio en un lugar menos hostil, un lugar posible de ser habitado; parecido a las que ellas consideran un hogar. En segundo lugar, se mostró que estas relaciones afectivas son objeto de la construcción del orden social carcelario. Las detenidas, a través de la inestabilidad de relaciones y de formas de interactuar que se presentan entre las internas y las agentes penitenciarias, dejan en evidencia que no están exclusivamente determinadas por la cárcel como institución. Por el contrario, son parte activa de la cotidianidad de la vida en prisión. Karina Mouzo (2010) se expresa respecto a los distintos modos de objetivación del sujeto penitenciario que lo producen como lo que son, a la vez, le indican lo que deben ser. En consecuencia atender a los modos de objetivación, es decir, a las formas en que ciertas prácticas fijan, recortan, definen, objetos en relación a los cuales se habla, se piensa, se establecen verdades, implica también dar cuenta de las formas de subjetivación. Formas en las que individuos se transforman en sujetos de esas verdades, de esos saberes.
Sólo a partir de establecer qué se dice y cómo se construye a los penitenciarios en calidad de objetos de tareas, misiones, reflexiones, leyes, reglamentaciones, es que la escritora pudo analizar el modo en que esas formas de objetivación producen modos de subjetivación, es decir, modos en los que los sujetos se reconocen en esas tareas, misiones, leyes. Es así que se torna evidente que los propios miembros del Servicio Penitenciario Federal, estén convencidos de que no todos se hacen penitenciarios, o de que el afuera aparece sospechándolos o de que son un mal necesario. Así estos penitenciarios, se reconocen como tales.
Zaffaroni postula (1997), con respecto al sostenimiento del esquema teórico positivista, que éste posee una fuerte incidencia al momento de definir quiénes son los sujetos destinatarios de la intervención, cuáles serán sus objetivos, en qué consisten los tratamientos y cómo se medirá su éxito, circunstancia particularmente importante, ya que muchas veces tiene un significativo valor al momento de definir lugares de detención o egresos. Interpretando el pensamiento de Zaffaroni, pareciera ser que las prácticas desarrolladas por el Servicio Penitenciario Federal, al momento de desplegar las diferentes actividades vinculadas al tratamiento y en los avances en la progresividad de todo interno, sugieren la pervivencia de la “doctrina criminológica peligrosista de matriz positivista”, la cual a su vez, presenta una base etiológica con relación a la concepción del delincuente buscando las causas del delito de acuerdo a criterios deterministas exclusivamente individuales, genéticos y biopsicológicos.
Desarrollo
1- Los guardias y los internos
La ejecución de la labor penitenciaria en nuestro país se caracteriza por el acatamiento de una disciplina estructurada durante el tiempo suficiente que se requiera, esto a la vez, conforma patrones o esquemas conductuales, que para los agentes penitenciarios solo se puede aplicar con privados de su libertad mediante la norma, normas que sean explicitas, claras, univocas y visibles para todos. Es por eso que, si hablamos de interacción o forma de comunicación, como se denomina en la jerga carcelaria a esta acción de comunicarse entre celador- interno, en este ambiente que poco conocemos desde su interior y que en gran parte solo conocemos por los medios masivos de comunicación como el lugar de la anormalidad, donde se purga la desviación, en donde hay que educar al reo al precio que fuese, ese individuo que ha cometido esa conducta indeseable para la sociedad, no tiene más que una alternativa: la prisión. Es por ello que me vengo preguntando ¿existen relaciones de poder entre estos dos sujetos a la hora de la interacción? Y si lo hay, ¿el único dispositivo articulador entre ambos es lo que el agente penitenciario denomina como la norma? Aquí –entonces- la posibilidad de analizar la relación que Michel Foucault narró y analizo en muchos de sus escritos y conferencias. Intentare aquí entonces, retomar algunos conceptos y elementos como herramientas para el análisis y conclusión tomando algunos trabajos del célebre filósofo francés.
La teoría foucaultiana sobre la sociedades disciplinarias está centrada en repensar cómo funcionan las instituciones más emblemáticas de la modernidad (como ser: cárceles, hospitales, escuelas, fabricas, cuarteles y la familia), pero por qué se va a preguntarse Foucault sobre éstos espacios institucionales, porque la modernidad se caracterizaba por la idea del progreso social, trasponiendo la subjetividad de un futuro mejor, y son estas instituciones emblemáticas los móviles por los cuales se podría alcanzar esa meta, moldeando al sujeto conforme a lo esperable a un orden establecido. Son las instituciones las encargadas de indicar la manera visible de transitar la senda correcta, la norma, es decir que son las instituciones las que demarcan pautas claras de cómo hablar, cómo vestir, cómo proceder y quien no se halla dentro de esa normalidad impuesta se lo ubicará en una condición de desviado de la norma mereciendo “el” castigo. Un ejemplo concreto de esto es -de manera literal- la cárcel. Visto así, el individuo se desarrolla en una primera
institución educativa y formadora, la familia como primer eslabón, luego la escuela hará lo propio, luego las fábricas u otras instituciones implantadas en la sociedad, en las que se espera que los sujetos transiten y produzcan resultados tal como les fue dócilmente enseñado. Estos mecanismos no dejan de ser más que organizaciones de orden social, atravesadas por normas, las cuales se deben seguir sin vacilaciones. Pero claro, si el individuo que no cumple con lo esperado será considerado, según los supuestos de Foucault, como un desviado a la regla previamente establecida, y consecuencia de ello tendrá que ser sometido a un disciplinamiento para volver dócil a ese “cuerpo” que no ha entendido el sentido de la vida social, ni del progreso alcanzado a través del orden preestablecido, para ello la clausura es exigida por la disciplina como método (Foucault, 2008), el encierro es la condición inicial del proceso, pero no suficiente, pues allí la división en zonas cobra importancia para imponer acciones o impedirlas, pues la disciplina organiza un espacio analítico. Una red de reglas define procedimientos en circunstancias y momentos preestablecidos. Es menester notar y realzar la importancia de la normatividad en la prisión en el contexto de interacción celador- interno, soslayando que podría explicar por qué los agentes penitenciarios a la hora de referirse al trato y tratamiento con los internos, sostienen que la norma es esencial, asegurando que sin ésta ni siquiera es imaginable llevar adelante esta tarea en la cotidianeidad de la prisión.
En resumen, asumir que el dispositivo para controlar y disciplinar es la norma se condice claramente con lo que asume Foucault y que señala como característica distintiva en las relaciones de poder. Una vez asumido el castigo debe ser justificado como un acto de poder, invocando alguna utilidad que se le quiere dar o más bien que dignifique el pesado proceso, para no encuadrarlo en la absolutividad. El castigo se convierte en un mero hecho de poder.
Otro autor por demás interesante, el francés Gilles Deleuze, proponía entonces una perspectiva de análisis complementaria para observar los procederes de ésta sociedad disciplinaria. Era hora de redefinir la teoría foucaultiano, quizás entendiendo que debía revalorizar los dichos de su amigo francés. Deleuze, encuentra entonces un nuevo modo de extender ese pensamiento de Foucault, manifestando que esas amplias modalidad de control habían entrado en crisis, puesto que la modernidad había sufrido un revés, por lo que Deleuze argumenta que se necesitan nuevos requerimientos o mecanismos para el abordaje de ésta nueva realidad y entenderlas así desde una óptica foucaultiana. Ocurre que el caos implica una inflexión en el devenir del flujo histórico, agiornado por los encantos del capitalismo ,entiende que ésta nueva imposición obliga normativamente a perpetuar el sistema de explotación, por lo que éste sistema universal, expansivo y globalizante subsume toda practica o idea rebelde, ganando la pulseada y transformando tal actitud en una conducta normalizada, transformándola en una actitud propia, ya no rebelde, porque lo rebelde es distinto y lo distinto inquieta.
Pese a todo lo expuesto, la crisis de la modernidad trajo aparejado otras maneras de hacer prevalecer la norma, quizás no desde una vigilancia activa (presente) desde un tercero sino más bien en una autovigilancia, que termina siendo supervisada por otros actores (un tercero, en definitiva) en otro nivel de la sociedad respecto de las normas preestablecidas según la finalidad que el capitalismo refiera. Pero qué cambios ha desnudado la crisis de la modernidad, podríamos suponer que muchas son las transformaciones, veamos: la tecnología ha abierto posibilidades en espacios que hasta hace pocos años resultaban paradigmáticos, inaccesibles, impensados. Es la tecnología (TIC y otras) que han obligado al individuo a pensarse socialmente incluido si y solo si es parte del universo que usa y consume esa tecnología de la autovigilancia: Teléfonos inteligentes, TV inteligentes, tarjetas de créditos, de débitos, de coordenadas, de viajes, aceptamos ser grabados en la vía pública por cámaras públicas y privadas –por mencionar algunas-, y quienes se nieguen a ser complacientes con la tecnología no tiene parte en la sociedad actual. Tal parece que en los años 2000 la libertad está en franca expansión, como si viviésemos en la era del despegue, de la libertad en su máxima expresión histórica, lejos del Estado y del Mercado, pero… ¿es realmente así? Pues, sigue imperando la norma, fuerte y tajante, y sigue –además- desprendiendo desviados, porque consecuentemente sigue habiendo cuerpos dóciles y cuerpos desviados. Claro, tal como el rizoma de Deleuze y Guatarí, una red nodal sigue energizando las instituciones del control y de las que todavía nadie ha podido o ha sabido desembarazarse de esto. En síntesis esa sociedad disciplinaria, ya paso a ser un formato añejo, donde la vedette de esta obra, es la negatividad, la prohibición (el no poder hacer esto o aquello). Parece ser entonces que esta sociedad moderna, del siglo XXI, se convirtió en una sociedad distinta, porque el no tener o no pertenecer produce frustración, depresión, es en definitiva una sociedad del rendimiento. Estas son las características de los desviados que pueblan las cárceles en tiempos actuales, y a resultas de éste involucramiento contemporáneo con la tecnología, la crisis de la modernidad y sus consecuencias también han marcado las relaciones de poder entre celador e interno, veamos:
2- Relación entre Sujetos: celador-internos en la prisión
En este apartado me ocuparé de describir esas relaciones de poder que se visibilizan entre estos dos actores. La autora Beatriz Kalinsky remarca que a la hora de la interacción se presenta una “confrontación”, entre ambos que para la escritora es una herramienta de poder del agente penitenciario sobre el privado de su libertad (2008). Ahora bien, si esta confrontación es el mecanismo para disciplinar al reo, entonces tranquilamente se podría asegurar que esta teoría no se aleja a la del admirado pensador francés, quien se sumergió a indagar sobre esas sombras en la cual se proyecta el poder. El mismo se preguntaba ¿cómo se construye a los sujetos? Esto en sentido al súbdito desde un punto de vista jerárquico de esa relación, en función de conocer cómo ese cuerpo está sujeto a esa red de poder, buscando así explicar de forma muy sencilla qué es el poder y como se es la trama de las relaciones que se desprenden. Ahora bien, siguiendo esta línea de pensamiento, estructuralmente se podría alegar que ese sujeto privado de su libertad es un cuerpo que se encuentra insertado en esa red de poder. Tocante a la relación interno-celador de dominación de uno sobre el otro consiste en encontrar y describir ese poder con el que cuenta un celador en la prisión, pues es una interacción en la que interno debe obligatoriamente acoplarse. El poder no es algo que se tiene, no es algo que se posee, sino que se ejerce y se ejercita. Foucault entonces nos diría que todos somos atravesados por el poder, y por qué sería la excepción a esta regla esa cotidianidad entre esos dos sujetos (celador-interno). Es por ello que lo interesante no solo radica en detenernos en si uno se encuentra sobre el otro o no, sino lograr observar que factores inciden en este vínculo de dominación y como se desarrollan, y acá el filósofo francés nos interpela induciéndonos a repensar esos factores desde el saber o conocer, porque el saber es poder de dominar al otro, es como que existe un reciclo entre el saber y poder, se necesita conocer a ese sujeto, saber de dónde viene y porque llego a la prisión. No es por algo menor, que ese interno llegado a la prisión, antes no haya pasado por interminables interrogatorios sobre su desenvolvimiento ético, moral, educacional y laboral, bajo el discurso denominado régimen penitenciario, o conocido también como el régimen de progresividad, que es el recorrido que debe atravesar todo sujeto en cumplimiento de la pena que se le ha sido impuesto por la autoridad judicial. Este ambiente nos permite visibilizar esa teoría filosófica foucaultiano que se ocupó de indagar sobre ciertas cuestiones que caracterizaban a esa realidad, tratando de sumergirse en casos concretos, pensando que de la realidad misma construiría su teoría. Una de las cosas más resplandecientes desarrollado hasta aquí es cómo se podría llegar a hacer frente a esa prolongación de ese poder. No cabe duda que el dispositivo de poder del celador en referencia a la información que ha recibido de la vida personal de ese interno se ha incrementado, esa relación de poder entre ambos, ya no se encuentra en una misma relación de igualdad de poder, que en otra circunstancia se podría llegar a dar si ambos se conocieran previamente. Y digo esto porque a la hora que todo interno se encuentre con la necesidad de solicitar dialogar con el celador éste ya conoce al reo y le permite presuponer actitudes o conductas de éste por contar con una ficha personal que le da conocimiento y poder frente a ese privado de su libertad, pero no se da esto en sentido inverso. Es decir hay un desbalance, desequilibro de poder, porque el celador conoce cosas del interno, pero el interno del celador nada. Si aplicamos el arte de la hermenéutica1, la interpretación de la confrontación, no deja de ser una resistencia del poder. Particularmente se destaca en esta interacción interno- celador una evolución a lo largo del tiempo desde una concepción absoluta del castigo y una retribución hacia las premisas de la readaptación y adecuada reinserción social de ese condenado a la pena privativa o restrictiva de su libertad. Si bien el objeto y fin de la pena no puede quitarse totalmente de los componentes del pasado, el nuevo concepto de la modernización intenta originar nuevas acciones que otorguen la posibilidad al egresado de la prisión un reintegro libre a la comunidad, internalizando las pautas sociales primordiales, en condiciones y aptitudes de desarrollar una vida posterior totalmente alejado de lo delictual, de conductas desviadas y desadaptadas. Entendiéndose así, el concepto de pena de privación de libertad podría resumirse en un conjunto de acciones individuales y coordinadas tendientes a brindar, al egresado una oportunidad para reintegrarse positivamente a la sociedad. En definitiva tanto el objeto y fin de esa relación de poder o confrontación de poder, nos marcan una clara definida e irreversible filosofía de la humanización, fortalecidas de contenidos meramente paternalistas, abdicatorios de la facultad del punir. Retomando esa relación en la cotidianidad de la prisión entre el agente penitenciario- internos, es dado resaltar o remarcar como conducir ordenadamente el pensamiento de esos internos en cuestión, evidentemente en el proceso de sus representación, observando que los celadores entienden que esos sujetos ordenan su realidad en el encierro a través de su propias subjetividades, ya no se puede sostener, que conoceremos lo correcto de esa disciplina mediante la norma, como se sostenía en la edad media que si queríamos conocer sobre la verdad, las alternativas no dejaban de ser Dios o la biblia el centro epistemológico no daba lugar a pensar. Hoy, en la edad contemporánea, en el centro epistemológico de la prisión se ve colado al “sujeto interno”, es decir, al ser humano en su integridad, esto abre un espectro en esta nueva forma de comunicación, ya no se ve fortalecida la norma de trato en su plenitud, ahora es el interno que se va a apropiar de nuevas formas de trato, gestos, actos por parte del celador. Por todo esto es que se puede ver en la actualidad en nuestros establecimientos de ejecución de la pena, a celadores- operadores, muy predispuesto a articular dilemas y problemas que se le puede llegar a presentar en la cotidianidad del encierro. Ahora es la “humanización” que va a conquistar la realidad intra-muros. Es así que estas subjetividades fueron claves para Foucault, a la hora de explicar cuáles eran esos procesos de dominación, para dominar al sujeto, para poder tener sujetado a ese individuo en esa red de poder en la cual todos nos vemos insertados. Es por eso que, ese celador-operara para ejercer su poder, se verá obligado a apropiarse de las subjetividades de los internos y en ese juego de confrontación, van a emerger nuevos juegos de interacción, juego no desde lo lúdico, es decir, desde el sentido del entretengo, juego en el sentido de nuevas reglas. Reglas que sean explicitas y que ayuden a internalizar ese nuevo concepto del pensar moderno, en donde esos internos parecían librarse de esas ataduras que les imponían las normas, pero el fin solo fue la transformación de ese interno en un “sujeto de derechos” ahora ya no tendremos objetos, sujetos sino también lugar, o sea representación de los internos. Los dispositivos de poder en el encierro han cambiado, seguirán siendo dispositivos al fin, pero ahora se fijaran nuevos mecanismos desde la misma prisión, lugar donde existe una sujeción mayor que representa la política, no en sentido de gobierno, porque el poder no se localiza, sino a la política como la economía de la verdad, porque a esta verdad la puede dictar el gobierno, el estado, la misma prisiones, es aquí donde debemos ir por todo, es aquí donde se pueden ver las diferentes formas de dominios que existe en el contexto de encierro, y de donde deben emerger nuevas forma de saber, que posteriormente se deben convertir en nuevas verdades. Aunque la forma de moldear cuerpos en la prisión no ha desaparecido, más bien todo lo contrario la con frontación sigue persistiendo debido a esa relación de poder, en donde nadie quiere dilapidar autoridad, el paradigma de la prisión por excelencia no ha dejado ser el ojo que todo lo ve y lo observa.
En este marco de “confrontación” para un autor y de “red de poder” para otro, se define entre estos dos sujetos un conjunto de relaciones funcionales, dirigidas a los efectos de construir en materia de seguridad interna de la prisión, nuevos dispositivos de control, nuevas políticas normalizadoras de conductas, a la luz de que ese celador-operador ya se apoya en un marco que le exige un desenvolvimiento con los privados de su libertad, de mucha empatía con el otro, abocado en apoyar y respaldar el esfuerzo de la efectividad del que hacer penitenciario en la cotidianidad del encierro. Al respecto se debe señalar que ya se deslumbran nuevas intervenciones en lo que hace al trato-tratamiento con los detenidos, intentado dejar atrás, aquellos mecanismo de control, que solo se constituyeron a limitar derechos, como mero instrumento de moldear cuerpos ligados a parámetros que había que devolverlos a la sociedad como artefactos que sirvan para producir.
Si bien se dice que nada se puede hacer internamente en la prisión, si los mismo agentes penitenciarios (celadores) que son los que otorgan y activan las tareas de esta institución, que no se vieran visibles para el afuera, son ellos los que con pocas herramientas tratan de desafiar día a día, esa poca empatía y susceptibilidad sobre su trabajo en el pensamiento común. La cárcel no nos deja de sorprender con el correr del tiempo, sus múltiples escenarios, como instituto jurídico de la privación de la libertad, ya que cuenta con quienes están a cargo de vigilar (celadores) y en proximidad de aquellos apegado a lo delictual, (internos) a lo largo de su historia ha sembrado más incertidumbres que claridades. En definitiva sus múltiples escenarios solo buscaron reconstruir realidades de actores que intervinieron desde una posición determinada dentro de un orden económico, político y social predominante, establecido. El esfuerzo era el de estar dirigido a sostener adecuadamente el desarrollo de la disciplina de todos esos cuerpos que no lograran la adaptabilidad del trabajo como herramienta esencial clara que no se diluya la misión central de esta dependencia. Es decir, de esta perspectiva el desenvolvimiento conductual de esos individuos debía darse sin tropiezos, colmados de razonamientos que exhiban una transparencia y legalidad en su vida habitual.
De este modo, si tomamos como referencia la dicotomía existente entre el “deber ser” del celador y el “ser” en la cotidianidad de la interacción con los interno, resulta imperioso volver a retomar lo fundamentado por Beatriz Kalinsky, en donde ella comenta que por momentos en la prisión, pareciera ser que el agente penitenciario, se encuentra dotado de autoridad, y en donde los internos, quedan sumergidos en menor autoridad, y es en donde la relación (celador/interno), se torna tensa y cortante, y en donde la formalidad de la norma no se debe perder. En este sentido es entonces que el “celador” debe mostrarse como un hombre con intenciones de aplicar un pensamiento que no habilite o cree un peligro sinonímico entre legalidad y legitimidad, intentando vehiculizar por medio de la palabra, cualquier evento a los que tiene que responder frecuentemente. De esta forma se habría atendido de forma correcta esas necesidades exigidas por la población penal. Es comprensible que esta sea una tarea compleja para el celador, pero el poder contar con autoridad, no debe ser herramienta para la arbitrariedad sino más bien, para pensar, proyectar una interacción de soluciones menos conflictivas. Es hora de revisar viejos postulados irrevisables, es hora de confrontar una vez más, el discurso oficial y la realidad de estos dos sujetos en la prisión.
Aquí debemos señalar que, los rasgos del poder como código, disciplina, entramado institucional y saber, vestido por el filósofo francés Michel Foucault, no son más que soportes de un constructo
social, en donde el poder vela su aplicación, suprime preguntas, se presenta como lo dado, lo establecido lo normal. Estas prácticas de interacción, no dejan de ser un dispositivo del poder, en donde el poder se manifiesta como una amplia gama de representaciones, y en donde las relaciones de ese poder (celador) se sustentan en técnicas disciplinarias (internos), que nos ilustran un cuadro de preparación del saber y modelación de cuerpos.
Conclusión
En este trabajo se llevó a cabo una valoración de los supuestos de Michel Foucault y Beatriz Kalinsky, en los que se puede visibilizar la relación interno-celador, que según la apreciación de Kalinsky, pone en relevancia a la norma como móvil clave en la interacción de estos dos actores, en consonancia con la afirmación enunciada, Michel Foucault ayuda a entender que se va ligando al termino de normalización al de poder y se opone a la vez al de individualismo, pues “el poder se incardina en el interior de los hombres, realiza una vigilancia y una transformación permanente, actúa aun antes de nacer y después de la muerte, controlando la voluntad y el pensamiento, en un proceso intenso y extenso de normalización en el que los individuos son numerados y controlados” (Foucault, 2002). Respecto de ello este trabajo no solo se limita a exponer la existencia de esta relación en vistas a la pretendida normalidad (de norma) carcelaria, sino también en la búsqueda de un rol penitenciario mucho más activo y dinámico, lejos de todo estereotipo violento y abusivo, sino más bien próximo a una perspectiva más profesional que tenga como característica fundamental la humanización de la relación de poder, en un contexto empático que lleve al celador a un perfil diferenciado, que haga las veces de operador en lugar de un mero ejecutor de la norma. Es por todo esto que resta preguntarnos (o repensar) de qué manera es posible llevar a un funcionario penitenciario de la labor de simple celador (o abre y cierra candados) a un operador activo, que cuente con las herramientas mínimas e indispensables para poner en marcha otras instancias superadoras, hemos de afirmar que esto se logra con políticas púbicas acordes a esas aéreas sensibles de la prisión como ser la capacitación y infraestructura. En materia de capacitación, el núcleo de trabajo se podría desarrollar mediante la formación asincrónica e individualizada de la función penitenciaria con perspectivas de género, en derechos humanos y en prevención en discriminación de minorías –entre otras-. En relación a la segunda instancia, la misma se debería dar mediante la modernización y actualización de la norma vigente al presente tan carente de sentido, de tal forma que los agentes penitenciarios puedan desarrollar sus actividades diarias dejando atrás prácticas y costumbres obsoletas y que no conducen a nada, que solo han servido –a las claras- para esconder a un grupo de individuos del resto de la sociedad mas que para encarar el problema de la conducta antisocial. Finalmente hay que dar cuenta de una paupérrima logística penitenciaria que redunda en hacinamiento e insalubridad, situación que amerita de forma indefectible la protección por partes de los tres poderes de nuestro estado. Sin dudas pensamos que cabría la posibilidad de hacer una propensión a espacios nuevos que se generan a partir de pensar nuevas formas de relaciones en el ámbito penitenciario, con operadores eficaces y labores eficientes, lo que permitiría penetrar en la estrategia que orienta las relaciones de manera más humana al interior de los muros penitenciarios, que garantice un nuevo abordaje de la pena en un contexto infraestructural acorde. Estas páginas pretenden ser una pequeña aportación, o un primer paso, en esta dirección.
1Hermenéutica: es el arte de interpretar los textos. Grondín (2008)
Bibliografía
- Foucault, M. (2002). Vigilar y castigar. El nacimiento de la prisión. Buenos Aires: Siglo XXI Gondín, J. (2008). ¿Qué es la hermenéutica? Barcelona: Editorial Herder
- Kalinsky, B. (2008). El agente penitenciario: la cárcel como ámbito laboral. Runa, 28 (28), 43-57. Mouzo, K. (2010). Servicio Penitenciario Federal. Un estudio sobre los modos de objetivación y de subjetivación de los funcionarios penitenciarios en la Argentina actual (Tesis de doctorado). Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires, Argentina.
- Ojeda, N. (2013). Cárceles de mujeres. Una mirada etnográfica sobre las relaciones de afectividad en un establecimiento carcelario de mediana seguridad en Argentina. Sociedad y Economía, 25, 237-254.
- Zaffaroni, E. (1997). Los objetivos del sistema penitenciario y las normas constitucionales. In J.B. Maier, y A.M. Binder (Orgs), El derecho penal hoy. Buenos Aires: Del Puerto Editores.