Semiología/análisis del discurso desde la perspectiva seguridad ciudadana

Consigna 1. A partir del análisis de los textos 1 y 3, señale similitudes y diferencias entre ambos, contemplando los siguientes aspectos: a) la inscripción en una formación discursiva; b) la construcción enunciativa y del ethos. Presente y defina los conceptos teóricos que utilice.

Texto 1: El alegato de Emilio Massera en el Juicio a las Juntas: “Carezco de futuro. Mi futuro es una celda”, en El Diario del Juicio N.° 20, 1985, pág. 29.

Texto 3: Adolfo Pérez Esquivel. Discurso en Oslo al recibir el Premio Nobel de la Paz.

www.nobelprize.org

Introducción

El presente trabajo se centra en el análisis de solo dos discursos, tratando de remarcar, en estos, similitudes y contradicciones, contemplando los siguientes aspectos: la inscripción en la forma discursiva e ideológica, la construcción enunciativa y del ethos o imagen de sí que los oradores construyeron en el aquí y ahora de su discurso. Esta labor se centra en el interés de dar cuenta del valor que estas enunciaciones atribuyen a las formas discursivas por la que optaron esos sujetos que —hasta el presente— nos interpelan. Para el caso tenemos dos textos, con sus respectivos discursos, que no son más que un sistema coherente de significados para cada uno de los emisores de los mensajes: Emilio Massera y Adolfo Pérez Esquivel.

Sin dudas, el abordaje de ambos discursos implica resolver primero la aparente contradicción y posterior contraste entre los enunciadores o locutores: por un lado, un pacificador y, por el otro, un acusado de una multiplicidad de delitos grotescos. Para la tarea analítica, se tomarán tres similitudes en sendos discursos (intentaré poner en evidencia cómo los enunciadores legitiman su discurso, su perspectiva respecto desde la formación ideológica y formación discursiva y, finalmente, cómo los locutores construyen su ethos en ese acto). Finalmente, se tomará como elemento diferenciador entre ambos discursos la elocuencia de los sujetos en la escena.

Cabe señalar que la tripartición de la semiótica (Maingueneau, 1987) en sintaxis, semántica y pragmática abre la posibilidad de complejizar un exhaustivo análisis de unidad de estudio. Pero, en este caso, para llevar a cabo la consigna del trabajo, apelaré principalmente (aunque no exclusivamente) a la pragmática, que es “la relación de los signos con los intérpretes” (Maingueneau, 1987).

Estudio de los discursos

El auge de la lingüística del discurso, basada en la Teoría de la Enunciación ha resultado en el despliegue de conjeturas de intelectuales y lingüistas sobre el tema, pues tiene como objeto de estudio, primordialmente, la subjetividad en el lenguaje para Amossy1. Allí, entre otras, está implícita la construcción de una imagen de sí anclada en un yo (del enunciador, del locutor).  La aportación más significativa, por mencionar un teórico de referencia, es de Benveniste (1979). Sus conceptualizaciones se conocen como Teoría de la Enunciación. Para él, las condiciones del empleo de las formas no son las mismas que las condiciones que impone el discurso. Sin embargo, no hay que olvidar su actitud complementaria cuando define su postura como “otra manera de ver las mismas cosas”. La enunciación es definida como una instancia intermedia entre la lengua (en sentido saussureano) como sistema de signos y el habla (en idéntico sentido) como manifestación expresa de la lengua. Consiste, en principio, en poner a funcionar la lengua por un acto individual de utilización. Es un proceso de apropiación de la lengua por un individuo concreto. La condición específica de la enunciación es el acto mismo de producir un enunciado, y no el contenido específico de ese enunciado (distinción importante entre acto y producto resultante, pues sobre este último trabaja la concepción estructural clásica). Dicho esto, situaremos los enunciados de Massera y de Pérez Esquivel en objetos analíticos, como un conjunto de enunciaciones que cristalizan un discurso; para el primero, ante jueces de un tribunal en un ámbito o escena penal, en su rol de acusado; el segundo lo hace ante un notable grupo de autoridades e intelectuales presididos por la realeza de Noruega, desde el reconocimiento de su persona y su labor pacífica.

Notemos primero, en los discursos, algunos elementos presentes. Cada uno (desde el yo) evidencia similitudes, pero son resueltas de manera particular:

  1. Necesidad de los sujetos de legitimar su discurso

Ambos sujetos apelan a la legalidad de sus argumentaciones; se persigue la idea de mostrar el propio discurso como un reflejo de la realidad. Con esta finalidad, se recurre a diversos elementos lingüísticos y discursivos como parte de un proceso de objetivación de lo que yo digo por oposición a lo que otros dicen. En este sentido, la legitimación discursiva es un acto donde se recurre a multitud de recursos argumentales o enunciaciones, con el objetivo de lograr la aceptabilidad de una actuación, basados en la búsqueda de aprobación normativa de una actuación institucional o social.

Creo que es muy importante notar dos enunciados (muy ilustrativos, por cierto) en sendos discursos. Massera apelará —como veremos en el alegato transcripto a continuación— al uso de la defensa, de la que nació, como argumento legitimante, la necesidad de sus acciones. Sin embargo, pudo ser fácilmente homologable con otras premisas ya presentes en el pensamiento militar, como las alusiones al “triunfo de todos”, que reforzaban la autopercepción mesiánica; o los argumentos organicistas extraídos del acervo geopolítico, para explicar la descomposición y decadencia de la vida del Estado de aquellos tiempos; y hasta alusiones a la historia como elemento inobjetable de juzgamiento postribunal, pues hay un ustedes, los jueces y, tras estos, un pueblo al que se le brinda concienzudamente la justificación de la acción y de la legitimidad del uso de la violencia.

 “… y estábamos convencidos de que defendíamos a la Nación y estábamos convencidos y sentíamos que nuestros compatriotas no solo nos apoyaban. Más aún, nos incitaban a vencer porque iba a ser un triunfo de todos […]. Mis jueces disponen de la crónica, pero yo dispongo de la historia y es allí donde se escuchará el veredicto final”.

MASSERA

Por su parte, un mesurado Pérez Esquivel saca a relucir ese invisible derrotero de pobres y campesinos de América Latina invisibilizados que luchan por construir una nueva sociedad. Y esa muestra de estos esfuerzos latinoamericanos avala la distinción por el que el orador es distinguido:

“Con humildad estoy ante ustedes para recibir la alta distinción que el Comité Nobel y el Parlamento otorgan a quienes han consagrado su vida a favor de la paz, la promoción de la justicia y la solidaridad entre los pueblos. Quiero hacerlo en nombre de los pueblos de América Latina y, de manera muy particular, de mis hermanos los más pobres y pequeños, porque son ellos los más amados por Dios. En nombre de ellos, de mis hermanos indígenas, los campesinos, los obreros, los jóvenes, los miles de religiosos y hombres de buena voluntad que, renunciando a sus privilegios, comparten la vida y camino de los pobres y luchan por construir una nueva sociedad”.

PÉREZ ESQUIVEL

En definitiva, ambos oradores, tal como hacen los actores, representarían el papel de su elección en función de los efectos que quieren producir sobre sus respectivos auditorios. En realidad, desde el punto de vista del análisis del discurso, tanto ese papel como esos efectos son impuestos por una formación discursiva, que constituye el aspecto material de la ideología, que trataré de abordar seguidamente.

  1. Formación ideológica y formación discursiva

Partamos del punto de un yo definido como sujeto de la enunciación, en términos de Bachtin (1982). La imagen de sí mismo que construye el yo es dialógica por definición: está atravesada por la palabra del otro. Yo significa la persona que enuncia la presente instancia de discurso que contiene el yo (Benveniste, 1966:261). No solo se entiende por identidad la posibilidad de singularizar un individuo, de identificarlo, sino también la emergencia de la conciencia que el individuo toma de sí mismo a través del discurso, en que implica la pareja yo. Ese ego tiene una existencia a partir de una posición dada en una coyuntura, una ideología. El sometimiento del sujetoideológico del discursose concreta en la materialidad de la formación discursiva. Puede designarse con el término proceso discursivo (para diferenciarlo de otras instancias como, por ejemplo, del discurso mismo), que aparece como la matriz de constitución del sentido para un sujeto hablante en el interior de una formación discursiva: “el sistema de las relaciones de substitución, paráfrasis, sinónimos, etc., que funcionan entre los elementos lingüísticos” (Pecheux, 1975, p. 146).

Dominique Maingueneau (1987) se interesaba más en las cuestiones ideológicas; para ello pensó el ethos2 en relación con las formaciones discursivas. Sin embargo, el análisis del discurso no puede integrar la problemática del ethos si no rechaza toda concepción psicologizante y voluntarista del sujeto involucrada en la concepción retórica, según la cual, el orador, como un actor, representaría el papel de su elección en función de los efectos que quiere producir sobre su auditorio.

Para Jean-Jacques Courtine (1981), la formación discursiva es un componente interligado con la formación ideológica. Esto implica que la formación discursiva que constituye la misma formación ideológica hace que puedan distinguirse unos discursos de los otros. Para el caso, la formación discursiva tiene razón de ser en tanto y cuanto no hay discurso sin ideología: porque no hay un yo sin ideología.

Notemos esto en los enunciados de Pérez Esquivel y de Massera. Para el primero, hay una crítica al Estado Argentino, una denuncia pública, un posicionamiento contestatario.

“Es evidente que en Argentina no se respetan los derechos humanos: existen miles de desaparecidos, los niños nacen en las cárceles… Nuestro trabajo consiste en buscar una solución a este drama por la dignidad de la persona… Y continuar el trabajo para crear una sociedad en la que el hombre pueda vivir más dignamente”.

PÉREZ ESQUIVEL

Massera, por su parte, mucho más firme, deja ver su formación militar, asumiendo hasta la última hora su prerrogativa de oficial jefe, entendiendo que es lo que le fue enseñado. Según él, un hombre de la Armada, capitán de barcos militares, debe ser el último en abandonar sus responsabilidades aprehendidas en la carrera de las armas:

“He venido como siempre a responsabilizarme de todo lo actuado por los hombres de la Armada mientras tuve el incomparable honor de ser su comandante en jefe. También me responsabilizo por los hombres de las fuerzas de seguridad y policiales que durante mi comando actuaron subordinadas a la Armada en la guerra contra la subversión. Quiero decir, además, que me responsabilizo por los errores que pudieran haber cometido”.

MASSERA
  1. La construcción de un ethos

Para Maingueneau, el ethos, tanto de un texto escrito como oral, incluye un tono —por ejemplo, moderado, jovial o agresivo— y un carácter considerado como un haz de rasgos psicológicos estereotipados. Esto le da sentido a la eficacia del discurso como identificación del auditorio con una manera de ser y de habitar el mundo ligada indisociablemente a una manera de decir y de enunciar del orador. Tal como se expuso anteriormente, este mecanismo es el que permite explicar el sometimiento ideológico como la identificación con una posición de subjetividad inherente a una determinada formación discursiva.

El acontecimiento discursivo, con el que está ligado el ethos, se relaciona con las nociones de intradiscurso, enunciación y sujeto enunciador. Es una triada necesariamente inseparable. La construcción de todo ethos, en suma, estaría atravesada por una tensión entre su relación con los objetivos del orador, con el tiempo, lugar y circunstancias del auditorio al que se dirige, con una situación de enunciación específica, una singularidad, una especificidad.

Ruth Amossy (2010)3 expone claramente la relación del ethos respecto de la retórica aristotélica, que distingue tres tipos de prueba para la persuasión: el logos, el pathos y el ya mencionado ethos. Mientras el logos se asocia a la razón, a la lógica o a las técnicas argumentativas del discurso, el pathos y el ethos son, en cambio, pruebas que atañen a la disposición (emotiva) del auditorio y a la imagen o carácter del orador, respectivamente.

Teniendo en cuenta la arista enunciativo-argumentativa, Maingueneau (1999) sostiene que el ethos “está ligado a la enunciación, y no a un saber extradiscursivo sobre la enunciación” pues, si hemos de poner atención en este concepto, no debemos confundirlo. De allí que, para el autor, el ethos pueda estar asociado al contenido del discurso, la elección de argumentos y los modos de decir (como el tono o voz adoptados por el locutor), y otros signos como gestos, vestimenta, miradas, entre otros que hacen a su corporalidad. Para los discursos en análisis en este trabajo, en el caso de Massera, construye de sí mismo la imagen de un militar competente, concienzudo y experimentado que transmite sus razones que justifican sus acciones ante el tribunal y configura un ethos que denomino estratega-salvador. Este ethos remite a una escena de habla del Almirante que ocupa el lugar de un conductor de navíos en plena guerra —del cual él mismo asume que existió—. Da argumentos a los que están en peligro de los enemigos. Es por eso por lo que emplea procedimientos característicos del discurso explicativo de tal conflicto bélico, orientados a facilitar la comprensión por parte de los destinatarios. Transcribo un breve fragmento:

“Cuando el enemigo se dio cuenta de que empezaba a perder la guerra de las armas, montó un espectacular movimiento de amparo, inobjetable, del sagrado tema de los derechos humanos. Yo tenía muy buenas razones informativas para saber que se trataba de una guerra psicológica totalmente desprovista de buenos sentimientos pero, si algo me hubiera faltado para convencerme, aparece una satánica discriminación en los derechos humanos. Nunca, ninguna de las entidades beneméritas ni de las personas notables que alzan su voz por los derechos humanos, ninguna dijo nunca nada sobre las víctimas del terrorismo”.

MASSERA
  1. Para el caso del ethos que construye Pérez Esquivel, este enfatiza la imagen de sí de un paladín de los padecimientos de los latinoamericanos (y de los argentinos en particular, presos aún del terrorismo de Estado). Se vinculan con la formulación de objeciones que el aparato estatal impone a habitantes de sus confines, que funcionan frecuentemente como denuncia de los vituperios ocurridos en ese momento en algunos países latinoamericanos. (Ver el fragmento ya citado del discurso de 1980 del flamante Premio Nobel en el apartado b) Formación ideológica y formación discursiva).
  1. La cuestión de la elocuencia en la persuasión

Finalmente, un punto que diferencia ambos discursos es la elocuencia.

Tal como se señala precedentemente, hay un pathos que se relaciona directamente con el auditorio. No hay que perder de vista que la retórica aristotélica aborda plenamente la cuestión del pathos, el cual trata acerca de los medios para “predisponer al juez (o a cualquier público)4”. Desconocer que las pasiones que movilizan por medio de los discursos al ser humano dan origen a una visión de la retórica como arte de conmover los corazones, por lo que se debe ponderar la capacidad de emocionar como un don de elocuencia que marca la superioridad del verdadero orador. Amossy cita a Molinié (1992): “Pero saber entusiasmar y cautivar a los jueces, predisponer sus mentes como queramos, inflamarlos de cólera o enternecerlos hasta las lágrimas es realmente raro. Sin embargo, es por esto por lo que el orador logra dominar, y es lo que asegura a la elocuencia el imperio que tiene sobre los corazones”.

Para Massera, en su rol de orador, hay una elocuencia palpable. Evoca la zozobra social que causaron los llamados enemigos y el terrible destino que el país hubiese sufrido de no haber mediado su intervención. Entonces, el militar se cuestiona una y otra vez sobre puntos de los que parece que no tienen una respuesta más que aquellas expresiones que le dieran la razón:

“Pero si no ha habido serenidad para hablar de nuestros muertos, ¿quién sería tan candoroso de esperar un proceso objetivo para los que están vivos?, ¿quién sería tan candoroso de esperar un proceso objetivo en medio de esta presión social?, ¿quién sería tan candoroso de pensar que se está buscando la verdad, cuando mis acusadores son aquellos a quienes vencimos en la guerra de las armas? Aquí estamos protagonizando todo algo que es casi una travesura histórica: los vencedores son acusados por los vencidos. Y yo me pregunto: ¿en qué bando estaban mis juzgadores? ¿Quiénes son o qué fueron los que tienen hoy mi vida en sus manos?, ¿eran terroristas?, ¿estaban deseando que ganaran los represores?, ¿eran indiferentes y les daba lo mismo la victoria de unos que la de otros? Lo único que yo sé es que aquí hubo una guerra entre las fuerzas legales (en donde, si hubo excesos, fueron desbordes excepcionales) y el terrorismo subversivo, en donde el exceso era la norma. Esto que acabo de decir es el punto central y tanto que la acusación no ha hecho otra cosa que tratar de demostrar que los excesos eran norma en las fuerzas legales”.

MASSERA

Pérez Esquivel tiene como auditorio un ilustre grupo de intelectuales y gobernantes. Solo debe hacer saber lo que él cree que debe hacer: ser ministro y administrador del momento en el que la expresión “derechos humanos” es una de las claves para transmitir el mensaje. Su elocuencia es mucho menos avasallante que la de Massera; su sabiduría, ingenio, imaginación y sentimiento de orador definen sus cualidades y reglas de expresión. Precisan la acción y uso de lo que quiere transmitir.

Como corolario, se podría subrayar la utilidad de éste seminario en la formación del posgrado de la Sociología de la Cultura, arguyendo que el análisis del discurso se ubica en el enfoque cualitativo, en un contexto epistémico clave, para entender la dinámica texto – contexto, relacionar lo discursivo con lo social, y comprender cómo los eventos comunicativos se relacionan dialécticamente con las estructuras sociales enmarcado en la cultura.-

Bibliografía

  • Amossy, R. (2010) La presentation de soi. Ethos et identite verbale. Chapitre 4: images de soi, images de I autre. “je”- “Tu”, Paris, Presses Universitares de France, Collections L’interrogation philosophique.
  • Auchlin, A. (2001). “Ethos et expérience du discours: quelques remarques”, en Politesse et idéologie. Rencontres de pragmatique et de rhétoriqueconversationnelle, M. Wauthion y A.C. Simon (eds.), Peeters, Louvain, pp. 77-95.
  • Benveniste, É. (1979). “El aparato formal de la enunciación”, en Problemas de lingüística general, II, Siglo XXI, México, (3.ª edic.), pp. 82-91.
  • Pêcheux, M. (1975). “Mises aupoint et perspectives á propos de 1’analyse automatique du dioscuros”.
  • Bachtin, M. (1982). El problema de los géneros discursivos, en Estética de la creación verbal, México, Siglo XXI.
  • Maingueneau, D. (1987). Nouvell estendances en analyse du discours. París: Hachette.

1Amossy, Ruth (2010) La presentation de soi

2Dominique Mainguenau cita a Auchlin (2001), quien arroja luz sobre este concepto: “[…] la noción de ethos es una noción cuyo interés es esencialmente práctico, y no es un concepto teórico claro […]. En nuestra práctica de habla ordinaria, el ethos responde a cuestiones empíricas que tienen la particularidad de ser más o menos coextensivas a nuestro propio ser, relativas a una zona íntima y poco explorada de nuestra relación con el lenguaje, en la cual nuestra identificación está a tal punto implicada que se ponen en juego estrategias de protección”.

3 AMOSSY, Ruth 2010 La presentation de soi. Ethos et identite verbale. Chapitre 4: images de soi, images de I autre. “je”- “Tu”, Paris, Presses Universitares de France, Collections L’interrogation philosophique.

4 Tal como Ruth Amossy referencia a Aristóteles en su obra (Amossy, 2010).

Scroll al inicio